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PEQUEÑOS EJERCICIOS PARA EL BUEN MORIR

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“Yo quiero ser uno y soy la mitad.
Y la parte que falta, me hace caminar.”

Enrique Vargas

“Lo que no cabe en el mostrador lo guardamos atrás, en la trastienda.
Lo que no se ve, a veces se olvida. Siempre olvidamos que en la trastienda tenemos nuestra base. Si no fuera por ella, la tienda se acabaría.
A veces, cuando el futuro parece oscuro, cuando parece que no tenemos nada que dar, tenemos que mirar dentro de nuestra trastienda. Estaremos sorprendidos.”

Enrique Vargas


La Pregunta
Nos escondemos de nosotros mismos.
Pero los otros que habitan en nuestro interior, luchan por salir a la luz.
¿Qué hacer? ¿Retenerlos dentro, o seducirlos y jugar con ellos?

Las preguntas toman tantas formas como desvíos encontramos en nuestro camino. Esconden tras las historias que vivimos. Poco importa cómo las disfrazamos. Al final, todas responden a una búsqueda de sentido. Estamos hechos de lo ‘que nos produce curiosidad, asombro, duda o que nos pone a prueba. Pero también de lo que no vemos o no queremos ver.
Somos las preguntas que vivimos. Algunos nos pasamos toda la vida sin atrevernos a expresarlas, otros anhelamos la pasión del fanático, prefiriendo respuestas incuestionables. Cada uno de nosotros busca la mejora manera de formular sus propias preguntas.

 

La Experiencia

Al principio de la experiencia nos enfrentamos con dos puertas (dos preguntas): Una conduce a los pequeños ejercicios para el buen vivir. La otra a los pequeños ejercicios sobre el buen morir.
De alguna manera es una entrada al mundo de los muertos que celebran la vida o una entrada al mundo de los vivos que celebran la muerte.
El gran tema de esta obra es la celebración del otro que vive en nosotros. Es encontrar el sentido de la celebración en la tensión entre vida y muerte. La resonancia de nuestro yo que reside en nuestro interior es también la resonancia de nuestra mortalidad, dualidad o totalidad.

COMENTARIOS DE PRENSA

Jordi Bordes, La rebotiga

“Ahora que los almacenes de tiendas e industrias están cada vez más deslocalizados, Teatro de los Sentidos invita a espiar por el ojo de la cerradura.
A mirar los espacios privados, casi prohibidos. Ellos son generosos y enseñan su armario de ropa blanca a la vez que, impúdicamente corteses, invitan a to-dos a liberar sus sombras en una oscuridad conci-liadora (…).
Los más privilegiados de la cartelera suben, se desnudan las emociones y salen descarga-dos de un peso que ignoraban que llevaban encima.
Esa sombra se ha quedado injertada en alguna pie-za de ropa colgada en el techo del Polvorín. Ahora la mirada ya puede ser más franca, el aire más fres-co, la fiesta más honesta.
En la trastienda, fuera del buen morir o del buen vivir, había la expresión de la vida, de la paradoja.” 

Sandro Romero, El Tiempo, Bogotá

“Con el dulce sonido de las voces femeninas, el fluir del agua y una dulce melodía, uno siente una cierta osmosis con la vida.
Un sentimiento de plenitud, o de serenidad o de origen incierto que perdura después de abandonar el lugar.”

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